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miércoles, 26 de agosto de 2009

Andrés Ruiz Segarra


Nací en Barcelona un caluroso día de septiembre del año 1967, en el seno de una familia que se daría en hacer numerosa. Poco entonces hacía prever que aquel recién nacido se enamoraría para siempre de las palabras, y del susurro de la tinta sobre el papel. Pero aquí estoy, más de cuarenta años después. En la piel llevo el perfume eterno de la literatura, y jamás podré, ni pretendo, librarme de ella. Escribir es una necesidad biológica que calma mis inquietudes, ya sea poesía, novela, prosa, o ciencias, como la prehistoria y el origen del Hombre. La metáfora ha sido una de mis más preciadas armas como recurso literario, y respiro a pleno pulmón en la narrativa.
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Algunos de los trabajos de Andrés;
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Sedas púrpuras
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Recuerdas muchos momentos agradables, sensuales. La mayoría de ellos han quedado cosidos a las sedas púrpuras de tu memoria. Sería imposible olvidar esas vivencias, te pertenecen, residen en la alcoba de tus íntimos pensamientos y acudes a ellos cuando la tristeza te alcanza. Es como un perfume irresistible y prohibido. Cuando tus labios arden y el corazón se apresura, cuando sonrojadas tus mejillas se encienden, tal vez entonces eres ceniza roja, veneno dulce o pérfida rosa.
Recuerdos que aún te llaman en susurros se introducen en la humedad de tu imaginación, como si otra vez sucediesen, lugares donde esconder las dulces caricias de miradas que las destruyan, y consumir la llama en un abrazo ardiente, donde lo obsceno en placer se transforma hasta que perece. Así, en pequeños guiños, se insinúa el deseo cuando esos recuerdos te enrojecen…
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Lluvia fastidiosa
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Qué inútilmente llueve a veces la melancolía, qué odiosa se vuelve sin ser más que un volátil gas. Conduce a quienes la encuentran por senderos oscuros y llenos de maleza, una maleza de recuerdos. El musgo crece en su regazo, la tierra húmeda deja sus huellas impresas, y el rastro de sus pisadas se aleja por una loma triste y solitaria. Escaparía de ella como de una pestilente ola gigantesca, cada vez que la viese aparecer sonriente y conmovedora. Falso es su ademán, su comisura afable, que rememora con amnistía, como un brebaje que proporciona indulto a todo aquello que el recuerdo esquiva. La tierra empapada y el follaje oscurecido absorben su mentira, y de ellos emana el gas venenoso de tiempos mejores, que jamás lo fueron. Caiga la espada dócil, sólo, sobre el aire contaminado de engañosa nostalgia. Cese el gobierno que ejerce en la voluntad tomada, y perezca, liberando la materia viva y la inerte de su embrujo desgastado. Abran los ojos las bestias, los hombres y las piedras, y luzca o no el sol, ¡salgamos indemnes de ella! Que la nostalgia es pasado, y el pasado persigue, pero no regresa.
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Esbozos
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Esperé a que surgiera viendo el tronco erguido, salpicado de hojas muertas a su alrededor. Pero el insípido silencio fue como un llanto mudo, sereno. Carente de expresividad el árbol era ajeno al murmullo del pensamiento y no surgía una vez más. Su corteza agrietada, sus hojas eternas y su copa ancha insinuaban indiferencia, añadían estupidez a la espera inútil de una inspiración que no hacía sino ocultarse negándose a aparecer. Entonces la afilada hoja del destierro golpeó el tronco, hundiéndose invisible en su sabia, descarnando sus fibras a ambos lados para doblegar su inmutabilidad insultante. Pero no era cierto. Mientras la idea no surgía el árbol seguía intacto. Así que tomé sus jugos, sus extraviadas raíces y me sacié con su escaso fruto, aquejado de un febril vacio. Encontré quizá un minúsculo placer en el escuálido motivo, como un vago eco de la idea escurridiza que no llegó sino entre esbozos confundidos. Pero ya no espantaba el tronco, erguido, y sacié mis ganas entre las aguas heladas de un absurdo y escueto contrasentido.
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Otoño
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Ya el aire se notaba fresco, y los campos desprendían cierta nostalgia como añorando el alboroto primaveral y el cálido y tórrido verano, aAún el sol brillaba en lo alto tratando de infundir respeto, pero enfriándose lentamente. El otoño no daba tregua. Los días tempranos y las noches se hacían más y más fríos, el aire arrancaba hojas muertas y la hojarasca cubría el bosque entre los árboles serenos. A veces, el cielo se volvía gris plomizo, y caían lluvias al atardecer después de que el cielo se fraguase en grandes nubes al mediodía, pero en ocasiones el viento cesaba, el sol oprimía con fuerza, y aún las cigarras se atrevían a mostrar sus cantos. También los pájaros se envalentonaban entonces, y aunque el aire arrancase de nuevo, ellos seguían creyendo que el verano vivía. Las cimas lejanas de las montañas presentaban ya el aspecto blanquecino de las primeras nieves, el otoño no era sino un breve tránsito que dejaba entrever la crudeza de un próximo invierno. Llegaron las tormentas de granizo, los vientos helados y el hielo temprano a los campos. El ciclo comenzaba de nuevo, como si arrancase por primera vez, y nada de lo vivido sirviese para hacerlo viejo, antiguo. Cada otoño tenía su propia vida, su historia, y su camino. Ni las brumas, ni tan siquiera las espesas nieblas hacían, sin embargo, huir del todo a la luz cálida que a menudo se asomaba tímidamente para recordar que hubo otro tiempo en que los campos latían y las aguas se templaban, en que las sombras eran frescas y agradables, y los caminos se abrasaban envueltos en la calurosa neblina donde hasta el mismo aire ardía. Pero no, ya el verano no existía. Sólo su eco esparcido por la tierra tostada y las hojas caídas. El otoño quería imponerse y mostrar su imagen de nadie, curtida en mitad de un tiempo que apenas le pertenecía. Su paisaje heredado era tan efímero que el mismo invierno lo absorbía nada más surgir, sin darle aviso, la última sonrisa del verano languidecía en él y sus espíritus engañados veían como el frío les arrebataba cada día un poco de su espesura otoñal y efímera. Aún así, el otoño quiso dejar su legado, y emprendió el vuelo embrujando el cielo, el bosque, el río, y los campos. Les dotó de la ilusión ambigua de dar paz y nostalgia, serenidad y tristeza al mismo tiempo, como castigo. Así, su venganza se fraguó en cada hoja arrancada por el aire y en cada gota de rocío. Ahora el otoño tenía su justo precio, un lugar de nadie, pero que alteraría las mentes y los ánimos. Morirá el otoño, quizá, vengado, y el invierno lo hará olvidar como si jamás hubiese existido.
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El cielo de los poetas
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Hace cuánto que no miro el horizonte sin pensar más que en el errante aire, en el perfume de una dulce inspiración. Se han tornado oscuros mis alados pensamientos; han marchitado en mí…ya no encuentro las palabras para describir sentimientos enfundados en historias, ya no brota de mí la poesía: limpia y tan efímera como irremediablemente eterna. Ya no hay convicción en mis pupilas. Adónde han ido las musas, mis musas… ¡volved a mí! , ¡Habladme! ¿Qué sentido tiene vivir sin vuestro aliento? No veis que ansío escuchar vuestras voces, ¡halladme! ¡Volved…! ¡Llevadme…!

Sé que mi voz se ahoga en el vacío cuando surge infame de donde debió permanecer oculta, pero mi voz es la música que irradia el pensamiento. Y el pensamiento: mi pensamiento, fue un velero a merced del viento. Dejad que os alcance y no os defraudaré. Si posáis vuestro aliento en mis dedos venceré a los ejércitos que asedian, armados con sus lanzas, el pueblo de los poetas; seré la humilde brisa: el abanderado que alce vuestra tela cosida a un mástil de plata. Porque os amo, imploro que me halléis, como un niño perdido os lo ruego, sacadme de este bosque oscuro donde me encuentro.

Pero mi pluma, inerte, reseca y sin vida, quedó agonizante sobre el papel, esperando…

Acomodado en mí, el desaliento batió sus oscuras alas y planeó sobre las cumbres dueño de todo cuanto su vuelo alcanzaba. Avistó su presa desde las alturas y se abalanzó sobre ella sin habitar un mínimo de compasión en sus ojos. ¡Corred!, previnieron los pequeños roedores, únicos moradores en las ruinas de lo que fueron grandes ciudades de piedra; urbes de estrechas callejuelas donde la imaginación se derramaba hasta extasiar mis ganas. Allí morían ahora los sueños inacabados, las historias de fruto estéril que ingenuas se precipitaban al vacío desde las ventanas. ¡Corred!, advertían los moribundos garabatos que apenas se percibían. Pero el rapaz picó su vuelo en un descenso rápido: silencioso. Se precipitó sobre el matojo dueño de las calles olvidadas, y alcanzó, dando muerte, a la inocente prosa que se arrastraba viva sobre la hierba Allí quedó, sujeta por las garras de un ave: despellejada e ingerida. Sus palabras; sus acentos; el rebuscado ritmo de sus frases cosidas a una historia apenas comenzada. Un desafío volátil, un vago intento para alimentar el desalentador vuelo de las aves negras.

¡Halladme!, os lo imploro, ¡habladme!, os lo grito. Y mi voz se estrella contra las paredes… ¡volved!, os lo susurro sin más esperanza que la que devuelve la fría piedra a mis oídos. Las musas me abandonaron, y ahora escribo sólo versos vacíos.

Quizá desde la ventana escuche el rumor de la tormenta, tal vez el relámpago resplandezca en mis oídos antes de que nazca el trueno; caerá el aguacero quizá, nocturno, sobre mis ansias, e inspiraré profundo, agotando mi pluma hasta que el alba me encuentre. No merezco el olvido. No hay un cielo que erijan los poetas, sólo un mundo que adornar; un tiempo efímero, un lugar donde apenas puedo elegir, pero elijo vuestro aliento… ¡volved a mí… y seré viento…!.

5 comentarios:

  1. Bienvenido al blog de mis amigos. Me alegra mucho que estés aquí, en este rincón que desde ahora es también tuyo.

    Erika

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  2. De verdad que tu amigo, el escritor Andrés Ruíz Sárraga, es veraz cuando afirma que:

    "La metáfora ha sido una de mis más preciadas armas como recurso literario, y respiro a pleno pulmón en la narrativa."

    Su prosa poética es bellísima y coherente.

    Felicitaciones a tu amigo.

    Afectuosmaente,

    Ana Lucia

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  3. Hola Erika querida, hola poeta Andrés, en su prosa poética traslucen imágenes donde camina la naturaleza, la nostalgia y el deseo del bien para los hombres. Muchas gracias, Julia

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  4. Andrés Ruiz Segarra21:26

    Hola Erika,es fantástico poder estar en este lugar. Me gustaría enviar un saludo a todas las personas que lo visitan y a aquellas que lo enriquecen con sus inspiraciones.
    Los comentarios que se refieren a mi prosa me llegan al alma,y los agradezco,este blog tiene esa magia que se escapa de los dedos, y que une a aquellos que desean escribir. No puedo sino agradecer el cálido recibimiento.
    Andrés Ruiz Segarra.

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  5. Anónimo21:05

    Las musas me abandonaron, y ahora escribo sólo versos vacíos, nos dice Andres mientras que las musas se pasean disfrutando sus bellos textos.

    Maria Fischinger

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Porque es bello dejar la huella después de haber pasado, sobretodo si es para felicitar a este autor...

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